NACHO LEAL PAREJO: Ignacio

A MI NACHO

Pequeñito y delgado…
inmensos los ojos abiertos al asombro.
Rosado y amarillo, tus colores de bienvenida.
Viniste al mundo expectante y lloroso
presente desde entonces la genialidad en tu piel.
Tu cabello: pelusa electrizada,
Tus manos: en eterna búsqueda.

¡Te amé tanto, tanto!
¡De inmediato y sin previo juramento!
Amor de madre y cómplice,
amor de eterna fan de tu sonrisa,
amor por tu dulzura, mi bebé,
amor por considerarte fuerte
amor por ser tan frágil…vivaz…inteligente…

Allí, en plena madrugada, pariendo me di cuenta,
que el mundo entero para ti sería,
que arrastrarías a tus pies la maldad,
la aplastarías,
y encontrarías amor por donde fueses.

Cautivador y carismático,
encantador de serpientes,
a edad temprana,
con cuidado colocabas,
en una bolsa de papel,
los tesoros que encontrabas
en el jardín, en la calle,
en la casa, por doquier,
fruto del juego y la aventura
del héroe de los cuentos:
un clip, una gomita, una tarjeta de presentación,
un papel recortado, un carrito de hierro…
y reías feliz, caías, llorabas, abrazabas la vida,
me abrazabas…

Pensabas mucho. ¡Oh! las preguntas.
¡cuántas interrogantes, mi niño!
Y así sorteaste la niñez.
Querido, queriendo,
luchando contra injusticias
que injustas del todo no parecían,
en medio de risas, payasadas y contento.
Amigos, juegos, curiosidad, secretos...
Y preguntas por doquier.
¿Por qué el cielo es azul?
¿Para que venimos?
¿Qué es la vida?
El amor ¿cómo es?

Años después,
el ánimo trastocó en otras preguntas:
La enfermedad ¿Por qué?
¿Por qué tanto sufrir? ¿Por qué a mi?
¿A qué se debe todo esto?
Y sin embargo, terco en la esperanza,
trazabas a mi lado trayectos de paciencia,
y nuevamente reías, y abrazabas,
y decías: Te quiero.

No paro de extrañarte,
de sentirte en la alegría,
y en el dolor de esta ausencia
que de a poco me mata.
Toco esas dulces manos
que extiendes en mis sueños
y en los recuerdos aciagos,
y en los buenos
eres protagonista siempre,
me devuelves -desde el cielo-
comprensión y amor
a cambio de la acritud y la amargura
que me ciegan a veces.

Angel que me premió con su cariño,
Enviado por Dios para enseñarme tanto,
que trasciende los pensamientos diarios
y se entierra en mis entrañas
para purificarme en vida, a pesar de tantas faltas,
de tantos errores y egoismos.

Yo sabía mi hijo, presentía tu valía en mi barriga.
Me escogiste como madre,
me enorgullezco hasta los tuétanos por ello.
No te dejaré mal, lo prometo.
Sacaré fuerzas de esa luz eterna
que me ciega de contento
y buscaré bondad entre las piedras
y sembraré amor entre las zarzas…
y buscaré el bien aunque me abandonen las fuerzas.

Te amo, hijito, tu lo sabes.
Me inspirarás hasta que Dios me lleve
y me redima en lo eterno
para ir humilde y alegre,
ilusionada, a tu encuentro.

Tu mamá
14-10-07

NACHO LEAL PAREJO

NACHO

sábado, 30 de agosto de 2008

Ignacio

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Nacho

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