En el 2007, un 29 de marzo a mediodía, Nacho subió en vuelo eterno hacia Dios, a los 23 años de edad, dejándonos impávidos ante su pérdida.
Durante los años de enfermedad, no consideramos la posibilidad de la muerte como corolario del sufrimiento. Siempre tuvimos esperanza en su recuperación. O una mejoría controlada por medicamentos que aunque lo cansaban y dormían, parecían alejarlo de la tristeza profunda y la confusión.
Las dificultades, las hospitalizaciones, las incertidumbres, no lograban quebrar -ni quebraron nunca- mi fé, y pedía a Dios diariamente el milagro de su curación.
Al mismo tiempo, debía continuar la lucha...
Era indescriptible el dolor de verlo preguntarse ¿ Por qué yo? y no saber qué responder...
Hoy -aunque los años transcurridos desde su partida bajaron la angustia, y han dado paso a un suave, dulce y feliz recuerdo de Nacho- de vez en cuando siento el pequeño aguijón de la angustia que se quedó grabada en mí después de eso.
En momentos así, evoco su vida de niño alegre, su despreocupada y loca adolescencia, su inteligencia desbordante como estudiante de arquitectura...
Recuerdo las preguntas que hacía sobre las cosas mas insólitas, su sonrisa, su risa, sus juegos y poemas...
Este 29 de marzo, al despertar, aún pasados tantos años, mi vista se enfocó en el poema Los Heraldos Negros, del libro de poemas del mismo nombre que escribió el poeta peruano Cesar Vallejo tras la muerte de una hija, porque no importan ni el tiempo, ni las horas, ni los días...
"Hay golpes en la vida, tan fuertes... yo no sé"...
